“Yo soy el hombre del siglo. Nadie nunca me olvidará…”
Año 1948, Colombia. El político popular Liberal Jorge Eliecer Gaitan es asesinado y estalla una guerra civil en el país. Comienza un periodo de violencia que se extenderá a lo largo de la siguiente década y que se llevará consigo más de 200.000 víctimas.
“Era como una fiesta.
Pero después de un rato… porque no podía moverse, me aburría y me iba en busca de chicas nuevas. “
En este ambiente violento, en el pequeño pueblo de Tolima, llega al mundo en el año 1949 Pedro Alonso López. Hijo de una prostituta, Pedro es el séptimo de 13 hermanos y desde el principio, su infancia se antoja bastante difícil. Su madre tiene preocupaciones mayores que repartir amor y educación a sus innumerables hijos y su carácter, dominador y duro, hace que Pedro prefiera pasar la mayor parte del tiempo en las calles, de este modo, tampoco tiene que contemplar como su madre recibe a sus clientes en su propia casa.
Y las calles de Colombia en aquella década no eran precisamente la mejor escuela que se podía tener; el incremento del crimen con respecto al resto de países era cincuenta veces más alto que lo habitual en el resto del mundo.
Cuando Pedro tiene 8 años, su madre los sorprende intentando mantener relaciones sexuales con su hermana más joven y lo echa de casa. Así Pedro comienza a vagar sin rumbo fijo por las peligrosas calles, explorando lugares y barrios a los que nunca había llegado. A los pocos días de su exilio y engañado por un hombre viejo que le ofrece comida y cobijo, Pedro es sodomizado en varias ocasiones antes de ser devuelto a los oscuros callejones.
“Es como comer pollo. ¿Por qué comer pollo de edad cuando se puede tener el pollo joven? “
No sería la última vez que fuera acosado por extraños en las aceras y lugares abandonados donde solía tumbarse a dormir y esto convierte al pequeño en un ser muy temeroso. Durante el día, se esconde donde nadie le pueda encontrar y tan solo sale de forma esporádica a buscar comida entre la basura.
Ha pasado ya un año desde que Pedro vaga por los suburbios de su ciudad y decide cambiar de aires. Sin rumbo declarado, acaba en la ciudad de Bogotá donde por un tiempo, cambiará su suerte. Un ciudadano americano se apiada de él y lo ampara en su familia. Pedro tiene casa, comida e incluso es escolarizado, pero el sino de Pedro no es la fortuna y pocos años después, cuando tiene 12 años, un maestro del colegio le agrede sexualmente de nuevo y los miedos retornan a él, roba dinero de la oficina del colegio y de nuevo, se lanza a las calles.
La guerra civil ya ha terminado y el país intenta reestructurarse, nuevas fábricas comienzan a abrirse y se abren nuevas posibilidades. Pero Pedro no tiene ninguna experiencia laboral y es rechazado sistemáticamente en todos los lugares donde busca trabajo y se ve obligado a el único oficio que ha aprendido en las calles; robar automóviles.
No tarda en convertirse en uno de los ladrones más habilidosos en su campo, llegando a convertirse en un delincuente admirado por los aprendices y muy solicitado por los que controlan el negocio. Pero en 1969, cuando tiene 18 años, sus habilidades no evitan que sea apresado y condenado a 7 años de prisión.
“El momento de la muerte es apasionante, y excitante.
Algún día, cuando esté en libertad, sentiré ese momento de nuevo.
Estaré encantado de volver a matar. Es mi misión “.
A los dos días de estar encarcelado, Pedro es violado por tres presos mayores que él. Su rabia y su afán de venganza no tardarán en estallar y consiguiéndose un cuchillo degüella, uno tras otro, a sus tres violadores. Sus actos son juzgados como defensa propia y su condena tan solo es aumentada en dos años.
Pero en el interior de Pedro, su acto vengativo ha hecho germinar una semilla oscura de poder. Han desaparecido sus miedos y, a partir de ahora, nadie volverá a abusar de él sino que él se convertirá en el abusador y cuando quiera algo, simplemente lo cogerá, pese a que para satisfacer sus deseos tenga que acabar con la vida de seres inocentes.
Debido al abuso mental que soportó en las manos de su madre durante sus años tempranos había crecido temeroso de las mujeres. La comunicación social con ellas era impracticable, y satisfacía sus deseos con libros pornográficos y revistas. En la mente de Pedro su madre tenía la culpa de todo el sufrimiento de su vida y dolor de su corazón.
En 1978 sale de prisión y comienza a viajar por todos los rincones de Perú dejando tras de sí un terrible reguero de violaciones y asesinatos. En pocos meses por lo menos cien muchachas jóvenes de tribus locales son atacadas violentamente por Pedro Alonso López, que tras asesinarlas, las entierra cuidadosamente.
“Hay un momento maravilloso, un momento divino cuando tengo las manos alrededor de la garganta de una mujer joven.”
Las denuncias de las tribus no son tomadas en demasiada consideración por la policía que presume que las jóvenes han sido raptadas por las redes de trata de blancas y esclavismo que proliferan en la región, de este modo Pedro continúa de modo impune su viaje de muerte y sadismo hasta que, en el norte del Perú, es capturado por un grupo de Ayacuchos cuando intenta secuestrar a una joven de la tribu. Los indios lo torturan durante varios días, lo entierran hasta la cabeza y lo untan con miel para que las hormigas acaben con él, pero por suerte para él, aparece una misionera americana amiga de la tribu, que los convence para que lo entreguen a las autoridades. Pedro es atado y depositado en la parte trasera de la furgoneta de la misionera, que se lo lleva para entregarlo a las autoridades, pero ésta se apiada de él sin conocer realmente nada de su pasado y lo libera en la frontera de Colombia.
A caballo entre Ecuador y Colombia, Pedro continúa con sus asesinatos con el mismo modus operandi y sus víctimas, como se supo más tarde, superan ya posiblemente las trescientas. Todas ellas niñas inocentes de entre 8 y 12 años, que Pedro cautiva con pequeños regalos para llevarlas a lugares apartados.
En 1980, una riada en Ambato, cerca de Ecuador, deja al descubierto una de las fosas de Pedro con los restos de cuatro niñas y la policía por fin comienza una investigación.
Al final, Pedro Alonso es apresado cuando intenta raptar a una niña de 12 años en el parking de un supermercado. La madre, María Poveda, da gritos de alerta cuando se percata de lo que está sucediendo y los comerciantes de la zona retienen a Pedro hasta que llega la policía.
María Poveda junto a su hija
Tras la negación inicial de confesar, y con la ayuda del padre Godino, que había establecido cierta amistad con Pedro en prisión, el ya conocido como Monstruo de los Andes confesará todos sus crímenes con todo lujo de detalles.
Pedro confesó a los investigadores que había asesinado por lo menos a 110 muchachas en Ecuador, 100 en Colombia, y “muchas más de 100″ en Perú.
“A mí me caen bien a las muchachas en Ecuador,” dijo, “son más dóciles y más confiadas e inocentes, no son como las muchachas colombianas que sospechan de extraños.“
En el curso de sus confesiones, Pedro justificó sus crímenes a su dura vida y a una adolescencia difícil y solitaria.
“Perdí mi inocencia a la edad de ocho años” explicó, “así que decidí hacer lo mismo a tantas muchachas jóvenes como pudiera.”
Cuando se le preguntó que hacía con estas víctimas, Pedro explicó que primero violaba a su víctima, y entonces la estrangulaba mientras miraba fijamente sus ojos. Quería tocar el placer más profundo y de la excitación sexual más profunda antes que su vida se marchitara. Siguió declarando que el horror continuaría aun después de su muerte.
Pedro llevó a la policía hasta los lugares donde había enterrado a sus víctimas, en una de ellas se descubrieron 53 cadáveres de niñas. De este modo, recorrieron más de 28 fosas. En algunas de ellas no se encontró nada, pero se atribuyó la desaparición de los restos a las riadas o a la acción de las alimañas.
No todos los asesinatos se pudieron probar, pero como confesó el director de asuntos de la prisión, Vencedor Lascano: “Si alguien confiesa ser autor de cientos de asesinatos y se encuentran más de 57 cadáveres, debemos creer lo que dice.” Lascano también le dijo a ese periodista, “pienso que su estimación de 300 es muy baja.”
En 1980, Pedro Alonso López es condenado por sus múltiples asesinatos a pasar el resto de su vida en la cárcel. Aunque esto no sucedió; en 1999 obtuvo la libertad condicional de la cárcel de Ecuador y aunque le hubieran tenido que reclamar para juzgarle, Colombia y Perú no lo hicieron por falta de medios. Desde entonces se halla en paradero desconocido, aunque se sospecha que pudo haber sido asesinado por un cazarrecompensas o algún familiar de sus numerosísimas víctimas, pese a que todavía, de vez en cuando llegan reportes de gente que asegura haber visto al monstruo de los Andes en las montañas de Ecuador o Colombia. Desde que fue encarcelado, los familiares de las víctimas ofrecieron una recompensa de 25.000$ a quien acabara con él, ya fuese dentro de la prisión o fuera. No se sabe que nadie haya cobrado a día de hoy dicha recompensa…
Otra vez y de nuevo nos encontramos ante un vínculo común de tantos y tantos asesinos en serie. Una infancia traumática en una familia desestructurada y una serie de abusos, tanto físicos como psicológicos en sus primeros años de vida. Y de nuevo, la misma pregunta ¿Es esto suficiente para disculpar sus posteriores actos psicópatas?
En el caso de Pedro Alonso López, habría que recordar que tuvo 12 hermanos más que crecieron en sus mismas condiciones, y ninguno de ellos fue a posteriori asesino en serie como él.
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